También los inmortales cumplen años. Incluso los que tienen ya sitio
reservado en la Historia de la Música y la de la Literatura. Es el caso
de Bob Dylan, nacido Robert Allen Zimmerman, el 24 de mayo de 1941 en
Minessota y que comenzó, siendo un niño, tocando la armónica y la
guitarra en un grupo de rock. De aquella época es esta grabación de un
joven Dylan en una fiesta de fin de curso.
Dylan dio por fin el
salto a Nueva York después de cambiar radicalmente de estilo e
inspirándose en Hank Williams y, sobre todo, Woody Guthrie. Pronto llamó
la atención y uno de los mejores productores que hayan existido jamás,
John Hammond, se atrevió a grabar un primer disco al joven trovador de
Minessota, sin saber que estaba escribiendo la Historia de la música.
En 1965, ese joven ya estaba asentado y tenía un público fiel que
compraba sus discos y le seguía allá donde cantaba. Fue entonces cuando
se produjo el terremoto. Dylan decidió cantar sus canciones con una
banda de rock.
Polémicas aparte, la poesía de Dylan hacía correr ríos de tinta en la
prensa y sus canciones estaban en el repertorio de grupos y solistas.
Un accidente de moto apartó a Dylan de los escenarios en 1966.
Algunos dicen que ese accidente que le produjo amnesia fue trascendental
en el giro que daría su carrera en adelante. Lo cierto es que, después
de encerrarse con The Band durante meses en una casa alquilada, nació
otro Bob Dylan.
En adelante, cada crisis personal daría lugar al nacimiento de un
nuevo disco de Dylan que, además, seguía experimentando y arriesgándose
con coqueteos, incluso, con la música dance. Un viaje a Israel y el
consiguiente álbum “Infieles” puso a sus fans sobre la pista de su
conversión al cristianismo que luego quedaría confirmada con su
actuación ante el fallecido Juan Pablo II.
De lo que no hay duda es de que su larga carrera de más de cuatro
décadas el que tomara un día como apellido el nombre del poeta Dylan
Thomas ha contribuido a que la música sea hoy la que es.
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